2 primeros lugares también:
"BAJO EL MEDIO DÍA NO SE CRUZAN MIRADAS" de Andreu Lechuga IV
"Recuerdo de un domingo" Isidora Henriquez I medio
"BAJO EL MEDIO DÍA NO SE CRUZAN MIRADAS"
Bajo el mediodía no se cruzan miradas, en la calle principal frente al
correo o dentro de la cafetería, especialmente en la cafetería. Hay personas
caminando, siempre las hay, no podría no haberlas pero algo tienen, algo
taciturno, un aura pegajosa que ennegrece la calle y las paredes y las esquinas
y las botas de cada uno de nosotros. Hay un hombre, es mi padre, esta
caminando, o estaba, pero mas parece sentado, quieto frente a una banca,
anclado. Observa y piensa al respecto, se toca la nariz, el lóbulo y la nariz
de nuevo alternando manos y se detiene como si estuviera prohibido, como si
acabase de recordarlo. Lo veo toser e incomodarse, no le agrada recordar.
Percata un vacío en su frente, al frente la calle o mas bien la vereda y en
noventa grados la banca, vacía también. Piensa en sentarse, se le ve que piensa
pero no, en cambio camina sin pensar en caminar porque piensa en nada, porque
la nada llena ese espacio vacío en su cabeza mejor que cualquier cosa.
Pero ya no se camina como antes, cada paso es una lucha por despegar el
anterior de un río que fluye somnoliento, disonante y pegajoso, que crece y
pinta negrura el semáforo, la esquina y mi bota, y mi otra bota que pinta la
vereda y la banca a un costado que ya no esta vacía porque yo me he sentado. "Pobre
de mi" pensaría papá si me viera sentado ahí llorar, observándome dar un
paso y otro y otro hacia adelante, solo adelante, lejos de ahí. Bien sabe mi
padre, seguro el entenderá, que la reiteración ayuda a mantener la cabeza
rebosante de nada y mariposas, esos espacios que suelen quedar vacíos por
inacción, espantando los engaños de los sueños o de solo uno, el único que
realmente importa, uno de indeseable lucidez. Ahora la esquina la ocupa otro
hombre, es otra esquina, donde se levanta la cafetería. Es mi hermano que desde
una mesa junto a la ventana observa el semáforo, donde permanezco yo, entre el
descanso y la espera, esperando por un café que llega al instante. Todo
permanece, es todo negro ya, todo pegajoso y el sol inclina su cabeza lo suficiente
como para que mi sombra cubra la perilla de la oficina de correos, a pesar de
la altura que me confiere la banca. La gente camina y espera en las esquinas,
esperan parados. Sentado donde está, mi padre se toca la nariz y gira la
cabeza, quizá demasiado, observando el vapor que se escapa por la ventana
abierta de la cocina. Solo la inercia lo sostiene erguido pero se evanece al
contacto con la intemperie, al igual que el vapor de la cafetera, al igual que
él mismo.
Afuera, el pavimento ha desaparecido bajo el caudal que es ahora, que
corre violento calle abajo, uniformando todo en un solo lienzo azabache; y yo
me sostengo en la ultima orilla segura, entre vagabundos y piedras de río,
parado frente a la cafetería, entendiendo la puerta que me enfrenta y el olvido
que la rodea, entendiendo los paisajes incoherentemente convencionales que
contienen las ventanas, de conversaciones mudas y miradas desentendidas,
unilaterales. Afuera ya no existen las esquinas, las bancas o las luces del
semáforo. Se escucha una risa en una mesa al fondo y se cae un plato. Así
permanecerán para siempre, entre movimientos despojados de sentido, en el
retorno perpetuo, entre tazas vacías y el polvo de las cortinas porque afuera
no queda nada, nadie que devuelva una mirada. Por la eternidad suspendida o
hasta que alguien abra la puerta, para ver, quizá, el sol que se oculta a la
vuelta de la esquina.
Recuerdo de un Domingo
El perro murió un domingo. O tal vez un
sábado en la noche, me da igual. El domingo en la mañana estaba muerto. Salía
espuma de su boca y sus ojos tenían un color turbio que nunca habían tenido.
Sus patas inmóviles y su pelaje sucio y mugriento, lleno de pelones y mechones
blanquecinos.
Pensé en su olor y qué estaría ocurriendo
dentro del animal. ¿Se comerían sus órganos los insectos sin dejar mas que los
huesos, que se convertirían en madera putrefacta y hedionda? Huesos, madera, el
perro muerto, su olor húmedo y pesado recorriendo mi patio.
No enterré al perro. No había sido mi culpa
que comiera veneno para ratas, había sido él y ahora el estúpido estaba muerto
y no podía hacerse cargo de su cuerpo muerto y mal oliente. Se lo tiré al
vecino por la muralla que separaba ambas casas. A él no le importaría, nunca
salía al patio.
Me permití un suspiro mientras olvidaba a
mi viejo perro muerto y pensaba en helado de frutilla.
2°lugar: "Sin título" Iván Ceballos II°
Sin título
Se encontró de pronto ahí. - ¿pero aquí donde? - se preguntaba. No tenía la más mínima idea o conocimiento de quien era, como se encontraba allí, ni que era aquel extraño lugar. Necesitaba respuestas así que comenzó a buscarlas, iniciando un viaje por aquel extraño e inhóspito lugar. - ¿pero a dónde ir? - Había muchos senderos para elegir. Finalmente se decidió por el sendero que parecía conducir a una selva, con árboles y arbustos enredados. No sabía bien porque lo escogió, simplemente algo lo atraía, así que empezó a caminar, en busca de algo o alguien que le ayude.
En aquel sendero encontró ruinas de chozas y campamentos, empolvados por el tiempo. –debió haber personas aquí- pensó - ¿pero hace cuánto? -. El lugar era solitario, desolador. Siguió caminando, pero no había señales de vida, solo el crujir de las ramas.
Encontró de pronto una bifurcación, otro sendero secundario que provenía del principal. Decidió por tomarlo. Pensó que si seguía, el sendero sería igual, que solo habrían ruinas, ninguna forma de vida.
Fue avanzando, pero no veía a nadie. - ¿debería devolverme y tomar el otro camino? -. Dudaba, sin embargo decidió continuar, no volver atrás.
Para su sorpresa, al llegar al final del camino, se encontró nuevamente en el lugar donde había empezado. Pero había cambiado algo, faltaban caminos; era como si algo se los hubiera llevado, como si nunca hubieran existido.
Tomo nuevamente el camino que conducía a la solitaria selva, pensando que habría encontrado a alguien si no se hubiera desviado.
El camino era el mismo, el paisaje no había cambiado, era el que había tomado en un principio, por lo que ahora él no tenía ni la menor duda de que aquel lugar en donde comenzaban todos los caminos, era el de un principio, que no se había equivocado y sí, habían desaparecido muchos de ellos.
Llego a la bifurcación y siguió por el camino principal; pero mientras avanzaba, fue invadido por una sensación de peligro. Miro hacia atrás. El camino se estaba desvaneciendo, como la luz al apagar una lámpara. Empezó a correr, pero se dio cuenta de que sus esfuerzos eran en vano al ver que delante suyo el camino se esfumaba también. Ahí entonces, en un último respiro, supo que él y ese extraño y monótono lugar no era más que un pensamiento, uno enredado como aquellos senderos, uno que poco a poco fue desapareciendo.