jueves, 10 de octubre de 2019

CONCURSO LITERARIO ETIEVAN, CATEGORÍA ENSEÑANZA BASICA 2019


Mención honrosa:
Magdalena Rodríguez

- “Creo que en realidad no existo”, estas fueron mis últimas palabras antes de convertirme en letras, oraciones y páginas. Hoy les contaré mi historia, bueno, en realidad la verdadera historia de mi historia. Cuando yo creía que era una niña mi vida era normal, prácticamente normal. Vivía con mi abuelo, el cual se hizo cargo de mí desde que mis padres se murieron, pero prefiero no hablar de eso. Lo único malo de vivir con él eran sus críticas hacia mí, sobre mis gustos y mi ropa. Él siempre me dijo que las mujeres deben usar rosado y los hombres azules; no tiene sentido, encuentro que uno puede usar lo que quiera.
La verdad es que yo era una chica diferente a las demás, todas jugaban a las muñecas y usaban falda, en cambio yo jugaba a la pelota y me vestía con ropa holgada y de colores oscuros, lo que se decía que era “de hombre” lo cual a mí no me molestaba.
Dentro de todo, la vida era tranquila, sin embargo, a veces, sentía que un algo o un alguien me manejaba, como si mi futuro estuviera escrito -sin darme cuenta-, decía cosas que yo no quería decir o hacer cosas que no quería hacer. Siempre pensé que así era la vida y yo debía adaptarme, pro no. Ayer me di cuenta que no existo, que soy un personaje literario y que mi vida es el deseo de otro. Ya no sé quién soy yo, solo letras, oraciones y páginas.
Fin.

Tercer lugar:     
Amalia Sasso, Sin Título

Una pequeña niña, muy poco curiosa, no salía de su casa, no le gustaba ni leer ni bailar, odiaba los colores y los animales. Ella vivía con su mamá y su papá los cuales siempre trataban de animarla y sacarla de su casa.
Un día la niña mientras estaba sentada en el sillón de su casa cambiando de canales, ya que a ella no le gustaba nada de lo que veía, escuchó un ruido. La niña no era asustadiza así que siguió con lo suyo hasta que de nuevo sonó el ruido. Ella se asomó a la cocina y vio un…un…un…un algo indescriptible, que se movía de un lado a otro.  Ella, sin asombrarse por la situación, llamó a sus papás, quienes estaban en la pieza, acostados, pero tuvo que subir a la pieza, pues sus papás no le respondieron. Muy tranquila y sin miedo alguno, llegó a la pieza y no vio a nadie: - ¿Qué raro, siempre están viendo la televisión?, Dijo ella. Por primera vez en su vida se asustó un poco y ese miedo comenzó a aumentar cada vez más mientras le quedaban menos lugres donde podían estar sus papás.
La niña supuso que debía salir de la casa. Cuando llegó a la calle vio que en las tiendas no había nadie y en las casas del vecindario no había ninguna persona. - ¡Qué terrible!, alguien respóndame, gritaba. Siguió corriendo, exhausta, buscando a alguna persona hasta que encontró una casa habitada. Su emoción era evidente. Pero al entrar vio al dueño caer y desaparecer como el viento avanza suave por la colina.
Fin.

Segundo lugar:
Gabriel Martínez, El ídolo

Es un muy buen cantante, lo sigo desde que tenía 3 años. Lo conozco gracias a mi papá, un fan desde su juventud. He ido a todos sus conciertos, pero, lamentablemente, nunca he logrado tener su autógrafo. Me he comprado todos sus álbumes, toda su mercancía y mi habitación está llena de sus posters.
Hoy es su gira de despedida, por lo cual, no puedo perderme un autógrafo. Son las 08:00 y yo ya estoy en el estadio, como todos los conciertos, voy con una polera que tiene su logo estampada y un cartel que dice “eres mi ídolo”. Una vez terminado el concierto, voy corriendo a pedirle un autógrafo, empujo a todos los que estaban en la fila, llego a él y me dice: - ¿Tienes lápiz? -. Busco en mi bolsillo, no encuentro nada, le grito: - ¡Espérame aquí! -. Pero me responde: -Hay más gente. Lo comienzo a sacudir mientras grito: ¡ESTA ES MI ÚLTIMA OPORTUNIDAD! ¡NO TE LO PERMITIRÉ! Los guardias me agarran y me llevan fuera del estadio. Gritos y forcejeos… tristeza.
Cuando llego a casa quito todos los posters, rompo todas las poleras y los discos. Grito y lloro como nunca.
Me digo a mí mismo: -tengo que vengarme-.
Agarro un cuchillo de la cocina, mi corazón late fuertemente. Tomo un taxi, de un horrible amarillo gastado. –Al hotel 32-, dije.  Llego y me meto por la ventana a la habitación, veo un clóset en el que me escondo a esperar que llegue.
Fin.

Primer lugar:
Simón Pacheco, El secreto

“¡No puedo más!”– dije llorando y acurrucado- “¡No puedo más! ¡Pero no puedo, por ella, tengo que guardarlo! -a comer-, dijo mi esposa. –Me sacó de mi sufrimiento. Como siempre, es la única que me mantiene con cordura y a veces hasta con vida. Tiene 73 años, estamos juntos desde que tengo 26 y como dije antes, es lo único que me mantiene con cordura. Ella vino, me vio, me abrazó mientras me calmaba -tranquilo, si es tan importante dímelo, no va a pasar nada- me dijo, pero no puedo.
Las campanas sonaban, las personas hablaban, reían, algunos comían, yo, estaba bailando el típico vals con mi reciente esposa, mis amigos y familiares me miraban bailar. Todo era feliz, pero lo bueno dura poco. Sin siquiera darme cuenta alguien cayó desplomado al suelo, ese alguien era yo. Veía a mi esposa gritando, mis padres llorando y mis amigos intentando despertarme, pero era inútil, sentía cómo me estaba alejando del piso lentamente. De la nada todo se puso negro, se veía un aura roja, había un ser. Este alguien, me miró, se acercó mucho a mí y le pregunté- ¿Quién eres? -me respondió- Soy la muerte, llegó tu hora-. Me puse a llorar, le imploré piedad: - por favor, estoy en mi boda-, hubo un silencio, me propuso algo que acepté sin pensar muy bien. Ella me dijo todos los grandes secretos: cómo se termina el mundo, cómo mueren mis papás, mis amigos, el mundo y yo, pero si le decía a alguien, cualquier persona moriría mi esposa, la persona que más amaba y amo en el mundo.
Hoy después de tanto tiempo, ya no aguanto más.
Fin.


martes, 4 de junio de 2019

CONCURSO LITERARIO ETIEVAN, CATEGORÍA ENSEÑANZA MEDIA. SUBCATEGORIA NARRATIVA 2019


2 primeros lugares también:
"BAJO EL MEDIO DÍA NO SE CRUZAN MIRADAS" de Andreu Lechuga IV
"Recuerdo de un domingo" Isidora Henriquez I medio


"BAJO EL MEDIO DÍA NO SE CRUZAN MIRADAS"

Bajo el mediodía no se cruzan miradas, en la calle principal frente al correo o dentro de la cafetería, especialmente en la cafetería. Hay personas caminando, siempre las hay, no podría no haberlas pero algo tienen, algo taciturno, un aura pegajosa que ennegrece la calle y las paredes y las esquinas y las botas de cada uno de nosotros. Hay un hombre, es mi padre, esta caminando, o estaba, pero mas parece sentado, quieto frente a una banca, anclado. Observa y piensa al respecto, se toca la nariz, el lóbulo y la nariz de nuevo alternando manos y se detiene como si estuviera prohibido, como si acabase de recordarlo. Lo veo toser e incomodarse, no le agrada recordar. Percata un vacío en su frente, al frente la calle o mas bien la vereda y en noventa grados la banca, vacía también. Piensa en sentarse, se le ve que piensa pero no, en cambio camina sin pensar en caminar porque piensa en nada, porque la nada llena ese espacio vacío en su cabeza mejor que cualquier cosa. 
Pero ya no se camina como antes, cada paso es una lucha por despegar el anterior de un río que fluye somnoliento, disonante y pegajoso, que crece y pinta negrura el semáforo, la esquina y mi bota, y mi otra bota que pinta la vereda y la banca a un costado que ya no esta vacía porque yo me he sentado. "Pobre de mi" pensaría papá si me viera sentado ahí llorar, observándome dar un paso y otro y otro hacia adelante, solo adelante, lejos de ahí. Bien sabe mi padre, seguro el entenderá, que la reiteración ayuda a mantener la cabeza rebosante de nada y mariposas, esos espacios que suelen quedar vacíos por inacción, espantando los engaños de los sueños o de solo uno, el único que realmente importa, uno de indeseable lucidez. Ahora la esquina la ocupa otro hombre, es otra esquina, donde se levanta la cafetería. Es mi hermano que desde una mesa junto a la ventana observa el semáforo, donde permanezco yo, entre el descanso y la espera, esperando por un café que llega al instante. Todo permanece, es todo negro ya, todo pegajoso y el sol inclina su cabeza lo suficiente como para que mi sombra cubra la perilla de la oficina de correos, a pesar de la altura que me confiere la banca. La gente camina y espera en las esquinas, esperan parados. Sentado donde está, mi padre se toca la nariz y gira la cabeza, quizá demasiado, observando el vapor que se escapa por la ventana abierta de la cocina. Solo la inercia lo sostiene erguido pero se evanece al contacto con la intemperie, al igual que el vapor de la cafetera, al igual que él mismo. 
Afuera, el pavimento ha desaparecido bajo el caudal que es ahora, que corre violento calle abajo, uniformando todo en un solo lienzo azabache; y yo me sostengo en la ultima orilla segura, entre vagabundos y piedras de río, parado frente a la cafetería, entendiendo la puerta que me enfrenta y el olvido que la rodea, entendiendo los paisajes incoherentemente convencionales que contienen las ventanas, de conversaciones mudas y miradas desentendidas, unilaterales. Afuera ya no existen las esquinas, las bancas o las luces del semáforo. Se escucha una risa en una mesa al fondo y se cae un plato. Así permanecerán para siempre, entre movimientos despojados de sentido, en el retorno perpetuo, entre tazas vacías y el polvo de las cortinas porque afuera no queda nada, nadie que devuelva una mirada. Por la eternidad suspendida o hasta que alguien abra la puerta, para ver, quizá, el sol que se oculta a la vuelta de la esquina.


Recuerdo de un Domingo

El perro murió un domingo. O tal vez un sábado en la noche, me da igual. El domingo en la mañana estaba muerto. Salía espuma de su boca y sus ojos tenían un color turbio que nunca habían tenido. Sus patas inmóviles y su pelaje sucio y mugriento, lleno de pelones y mechones blanquecinos.
Pensé en su olor y qué estaría ocurriendo dentro del animal. ¿Se comerían sus órganos los insectos sin dejar mas que los huesos, que se convertirían en madera putrefacta y hedionda? Huesos, madera, el perro muerto, su olor húmedo y pesado recorriendo mi patio.
No enterré al perro. No había sido mi culpa que comiera veneno para ratas, había sido él y ahora el estúpido estaba muerto y no podía hacerse cargo de su cuerpo muerto y mal oliente. Se lo tiré al vecino por la muralla que separaba ambas casas. A él no le importaría, nunca salía al patio.
Me permití un suspiro mientras olvidaba a mi viejo perro muerto y pensaba en helado de frutilla.



2°lugar: "Sin título" Iván Ceballos II°

Sin título

Se encontró de pronto ahí. - ¿pero aquí donde? - se preguntaba. No tenía la más mínima idea o conocimiento de quien era, como se encontraba allí, ni que era aquel extraño lugar. Necesitaba respuestas así que comenzó a buscarlas, iniciando un viaje por aquel extraño e inhóspito lugar. - ¿pero a dónde ir? - Había muchos senderos para elegir. Finalmente se decidió por el sendero que parecía conducir a una selva, con árboles y arbustos enredados. No sabía bien porque lo escogió, simplemente algo lo atraía, así que empezó a caminar, en busca de algo o alguien que le ayude.
En aquel sendero encontró ruinas de chozas y campamentos, empolvados por el tiempo. –debió haber personas aquí- pensó - ¿pero hace cuánto? -. El lugar era solitario, desolador. Siguió caminando, pero no había señales de vida, solo el crujir de las ramas.
Encontró de pronto una bifurcación, otro sendero secundario que provenía del principal. Decidió por tomarlo. Pensó que si seguía, el sendero sería igual, que solo habrían ruinas, ninguna forma de vida.
Fue avanzando, pero no veía a nadie. - ¿debería devolverme y tomar el otro camino? -. Dudaba, sin embargo decidió continuar, no volver atrás.
Para su sorpresa, al llegar al final del camino, se encontró nuevamente en el lugar donde había empezado. Pero había cambiado algo, faltaban caminos; era como si algo se los hubiera llevado, como si nunca hubieran existido.
Tomo nuevamente el camino que conducía a la solitaria selva, pensando que habría encontrado a alguien si no se hubiera desviado.
El camino era el mismo, el paisaje no había cambiado, era el que había tomado en un principio, por lo que ahora él no tenía ni la menor duda de que aquel lugar en donde comenzaban todos los caminos, era el de un principio, que no se había equivocado y sí, habían desaparecido muchos de ellos.
Llego a la bifurcación y siguió por el camino principal; pero mientras avanzaba, fue invadido por una sensación de peligro. Miro hacia atrás. El camino se estaba desvaneciendo, como la luz al apagar una lámpara. Empezó a correr, pero se dio cuenta de que sus esfuerzos eran en vano al ver que delante suyo el camino se esfumaba también. Ahí entonces, en un último respiro, supo que él y ese extraño y monótono lugar no era más que un pensamiento, uno enredado como aquellos senderos, uno que poco a poco fue desapareciendo. 

CONCURSO LITERARIO ETIEVAN, CATEGORÍA ENSEÑANZA MEDIA, SUBCATEGORÍA LÍRICA 2019


2 PRIMEROS LUGARES: "Corre porque así empieza" de Danae Morales III medio y "sin título" Colomba Ugarte IV

Corre porque así empieza

Corre porque así empieza,
Porque así las líneas siguen su curso y no miran al sentenciado en fuga
que recorre en círculos el pasaje escrito.
Entre tanto las hojas cubren su vista
lo acarician entre susurros incapaces
siente oscuridad en cada párpadeo
 los pasillos se cruzan como espejos enlazados,
 lo encandilan en un solo segundo
que pasa y se clava en sus brazos.

Ahora lo acompaña un enfermo
muerto entre luces que afectan el juicio,
Los arañazos llegan vacíos a su rostro,
Ya no enseña sus ojos
No puede ver su sombra.


Sin título

Primero me arranqué la sonrisa,
luego detoné la lluvia que cristalizó y en ella volví a verme reflejada -la misma mierda-
Soy el último brote de árbol maldito,
la frustración de todos los sueños que no pudieron cumplir, y que ahora yacen en mí,
por eso no tengo los míos propios.
Soy explosiva porque soy la venganza acumulada que se guardaron,
sumisos, pecadores, reprimidos… ¡Puta genealogía manchada!

Ahora en el agua, agua turbia, me reflejo y observo a los ahogados, que por ahogar sus palabras, me ahogaron a mi.




2° lugar: "Nota a la autodestrucción" de Martín Rosas IV medio

Nota a la autodestrucción

Mientras nos ahorcábamos con nuestras propias manos
Replanteándonos el uso del cuerpo,
Repensando nuestra relación con los pavimentos de manera revolucionaria,
Cuestionándonos el uno al otro para transformarnos en víctimas, 
Nada perdimos.
¿Hicimos bien en no ceder ante las presiones de la realidad?
¿En no usurpar los límites de la imaginación?
¿En abrazar nuestra sincera impotencia?
¿En confundir nuestras memorias?
¡Ignoremos esto!
Pues ¿Qué es el entendimiento en nuestros actos?
¿Placer?
¿Obsesión?
¿Un montón de aberrantes fábulas?
Nada.
Fue una hermosa experiencia,
Hermoso cuento, hermosa historia
Que divino pánico me sigue generando
Tu acto de crueldad casi necesaria
Donde comienza nuestra historia y esta nota.




NO HAY TERCER LUGAR